Los adolescentes que duermen mal de noche con regularidad quizá se enfrenten a un riesgo más alto de desarrollar esclerosis múltiple (EM) en la adultez, sugiere una investigación reciente.
“Encontramos que dormir muy poco o experimentar un sueño de mala calidad [en la adolescencia] aumentaba el riesgo posterior de desarrollar EM en hasta un 50 por ciento”, advirtió la autora del estudio, la Dra. Anna Karin Hedström, especialista sénior de investigación del departamento de neurociencia clínica del Instituto Karolinska en Estocolmo, Suecia.
La EM es una enfermedad neurodegenerativa que resulta en discapacidad, y que ataca al sistema nervioso central del cuerpo, en esencia provocando un cortocircuito en la comunicación entre el cuerpo y el cerebro. Según la Sociedad Nacional de Esclerosis Múltiple (National Multiple Sclerosis Society), con sede en EE. UU., la enfermedad afecta a alrededor de 2 millones de estadounidenses.
La Sociedad de la EM anota que los problemas del sueño (entre ellos el insomnio, la narcolepsia o la apnea del sueño) son más comunes entre los que tienen EM, en comparación con sus pares sanos.
Las dificultades para dormir, explica la Sociedad de la EM, quizá se originen en las limitaciones físicas que la EM conlleva. Pueden incluir un aumento en la fatiga y una reducción en la actividad física, junto con síntomas crónicos como piernas inquietas, dolor, fluctuaciones en la temperatura corporal, e incomodidad urinaria/intestinal.
La EM también puede cobrar un precio emocional que afecte al sueño, debido a un aumento en el estrés o la ansiedad, y un mayor riesgo de depresión.
¿Pero podría dormir mal quizá también preceder al inicio de la EM, y aumentar el riesgo a largo plazo en el proceso?
Para estudiar esa posibilidad, el equipo de la investigación se enfocó en casi 2,100 pacientes adultos con EM, y en alrededor de 3,200 pares adultos sanos elegidos al azar, de hasta 70 años.
Los participantes completaron unos cuestionarios sobre el sueño en la adolescencia en algún momento entre 2005 y 2018.
Los cuestionarios se enfocaron en los hábitos y la calidad del sueño cuando los participantes tenían entre 15 y 19 años, y ninguno había recibido un diagnóstico de EM.
Por ejemplo, se preguntó a todos cuánto tiempo dormían en los días de trabajo o escuela, en comparación con cuánto tiempo dormían los fines de semana y los días libres. Se definió que un "sueño corto" era de menos de siete horas de sueño por noche, mientras que un "sueño adecuado" se definió como un sueño de siete a nueve horas. Permanecer en la cama 10 o más horas se caracterizó como un "sueño prolongado".
También se pidió a todos que calificaran su sueño en una escala de 1 a 5 (en que 5 era el mejor).
Entre los que desarrollaron EM en algún momento, la edad promedio de diagnóstico fueron los 35 años.
Y tras analizar las cifras, el equipo al final determinó que experimentar un “sueño corto” con regularidad se vinculó con un riesgo un 40 por ciento más alto de desarrollar EM en la adultez, en comparación con tener un “sueño adecuado” rutinariamente.
El hallazgo se sostuvo incluso después de que tomaran en cuenta factores que pueden influir en los hábitos de sueño, como el índice de masa corporal (un marcador de la obesidad) y el tabaquismo.
Al contrario, un “sueño prolongado” no se vinculó con un riesgo más alto de EM. Tampoco se vinculó quedarse despierto más tarde en los días libres, siempre y cuando la duración y la calidad totales del sueño siguieran siendo adecuadas.
Por otra parte, se encontró que los que dijeron que la calidad de su sueño en la adolescencia era en general mala se enfrentaban a un riesgo un 50 por ciento más alto de desarrollar la enfermedad.
Aun así, incluso si el riesgo de EM es más alto entre las personas cuyos hábitos de sueño no eran exactamente ideales en la adolescencia, "la prevalencia de la EM [sigue siendo] muy baja, de menos de 1 por cada 1,000", señaló el autor principal del estudio, Torbjörn Åkerstedt.
"Se debe evitar el alarmismo", añadió Åkerstedt, expresidente de la Sociedad Europea de Investigación sobre el Sueño (European Sleep Research Society) y profesor de neurociencia clínica del Instituto Karolinska.
¿Entonces, qué sucede? El equipo del estudio apuntó a investigaciones anteriores que indicaban que una falta de sueño y un sueño de mala calidad se asocian con la inflamación sistémica y afectan a la función inmunitaria. Con el tiempo, ambas cosas pueden aumentar la vulnerabilidad a problemas crónicos de la salud y a enfermedades graves.
La conclusión, según Hedström, es que "un sueño restaurador suficiente, que es necesario para un funcionamiento inmunitario adecuado, es importante".
Recomiendan más estudios
Kathy Zackowski, vicepresidenta asociada de investigación de la Sociedad de la EM, advirtió que la investigación dependió por completo de los recuerdos de las personas de patrones anteriores del sueño, a veces de hacía décadas. "Debemos realizar una investigación más objetiva para explorarlo", planteó.
“Al mismo tiempo, en realidad no ha habido nada, ninguna investigación, sobre el sueño y la EM en los adolescentes”, reconoció Zackowski. “Este trabajo de verdad satisface una necesidad”.
Añadió que los hallazgos tienen sentido. “Lo que importa no es solo el número de horas de sueño, sino que la calidad del sueño también es importante, sobre todo entre los adolescentes”, subrayó Zackowski. “Están pasando por muchos cambios emocionales por las hormonas y muchísimo crecimiento cerebral, dado que el cerebro no acaba de crecer hasta los 25 o 26 años. Todo esto agota bastante al sistema inmunitario, construir todas esas herramientas que necesitamos para vivir”.
“Y se sabe que el sueño es restaurador”, concurrió Zackowski.
Los hallazgos se publicaron en la edición en línea del 23 de enero de la revista Journal of Neurology Neurosurgery & Psychiatry.
Más información
Aprende más sobre la esclerosis múltiple en la Sociedad Nacional de la Esclerosis Múltiple de EE. UU.
*Artículo por HealthDay, traducido por HolaDoctor.com
*Fuente: HealthDay News
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